En este pueblo de la mancomunidad del Alto Rey (Guadalajara) estuvieron activas varias minas de plata desde el siglo XIX hasta los años 80.

Los restos de siderita centellean al sol en los senderos y prados que discurren entre robledales, jaras y construcciones que aún reproducen la inconfundible arquitectura típica de los «pueblos negros» de la provincia de Guadalajara. Entre esas sendas, destaca la llamada «ruta de los miradores», perfectamente señalizada, preciosa y asequible para piernas poco entrenadas. Permite examinar de cerca escombreras, pozos y ruinas de las antiguas minas, como la de Santa Teresa o (atención al nombrecito) La Mala Noche.

Todxs lxs ruterxs coinciden en señalar que el paseo no termina hasta haber degustado las fantásticas patatas bravas del «Mesón Sabory», en la Plaza Mayor. Desde luego, tienen bien merecida su fama: cocidas de antemano pero fritas al momento, salsa generosa con el punto justo de alegría y sin atajos de bote.

Ese mediodía, una buena nueva corría de mesa en mesa por la terraza: en pocos días, ¡habían nacido nada menos que tres niños en Hiendelaencina! Uno de ellos se llamaba Andrés. Era difícil saber quién de lxs diez abuelxs (cachaba arriba, cachaba abajo) que tomaba el aperitivo cerca de nosotros acaba de serlo, pues todo el mundo se felicitaba como si los recién llegados a Las Minas fueran de casa. «¡A ver si ahora va a haber más nuevos que viejos en el pueblo y vamos a tener que pedirle a la Junta que nos mande un pediatra!», bromeó una mujer.

Leo en Internet que en 2020 había poco más de 100 habitantes censados en el lugar y que la cifra, como en tantos otros enclaves de la España vaciada, no hace más que descender desde mediados del siglo pasado.

Como dicen que los bebés siempre vienen con un pan bajo el brazo, antes de irnos compramos esta rosca digna de trillizos en la «Panadería-Bollería Cristóbal».