En El Bierzo, mi abuela Benita aún conserva los viejos «fierros» para conjurar, en cada Pascua, la primavera preparando flores de hojaldre.
No las había en el pueblo más ligeras y crujientes que las suyas: como encajes de Besançon. El azúcar en sus pétalos recordaba al primer rocío y las mujeres de la veiga le pedían el truco. No la receta (esa ya la tenían): el truco.
Hoy he vuelto a ver a mis padres. Han venido con torrijas caseras, además de con magdalenas y flores del estupendo obrador «Hernández» en Guadarrama. Estas últimas, sin llegar a ser las de Benita, bien sirven para abrir de par en par hambre y ventanas a la nueva estación.

