Katz’s delicatessen (NYC)

 

Al parecer es pecado mortal irse de Nueva York sin pasar por «Katz’s» y llevarse puesto el celebérrimo sándwich de pastrami. Así que cumplimos con el ritual al principio del viaje y, después de hacer hambre con el trajín de ferries que llevan a la estatua de la libertad y a Ellis Island (donde se visita, con la emoción a flor de piel, el Museo de la Inmigración), tomamos el apestoso Subway tratando de no rozar barra alguna para no tener que amputarnos las manos después, caminamos dos mil leguas de nada y nos plantamos en el East Side, en el cruce de Ludlov Street con el 205 de East Houston Street.

Tenemos suerte y, con el ticket amarillo en mano donde la camarera nos anotará la dolorosa, nos sentamos. Es un miércoles a deshora (bendito jet lag, a veces) y el local, aún así, bulle. ¡Siete mil kilos de pastrami se zampa aquí la humanidad cada semana! Ahí es nada.

Hay también en la carta bocatas de pavo, lengua, tortillacas… Pero hemos venido a jugar y pedimos, of course, el plato estrella. No en vano cuelgan ídems por todo el local, de decoración, rollo el «Museo del jamón» en Madriz. Versión kosher. Imposible pedir otra cosa.

La cosa viene entre dos enclenques rebanadas de «rye bread» (pan de centeno). Apenas aciertan a contener tanta chicha. De acompañamiento, encurtidos más picantes y menos, y chorretones sin mesura de mostaza. Si no pringa y no te sientes un cromañón desayunando, es que lo estás haciendo tooooodo mal, como diría El Comidista.

Más de uno, a estas alturas, andará preguntándose qué se entiende aquí por «pastrami». Pues estamos hablando de carne de ternera en salmuera, curada durante un mes aproximadamente, ahumada durante tres días, cocinada en agua por cuatro horas o cinco y fileteada fino. Vamos, el típico apaño que la saca a una de cualquier apuro o visita inesperada. Te pones y nada, en dos mesecillos tienen tus invitados sorpresa el bocadillo en la mesa.

Eme se atrevió con el bicho entero. Yo opté por la formula que proponía el medio bicho y una sopa «matza ball» de entrante. También típica kosher. Para resucitar a cualquier fiambre: caldillo de ave y bola del tamaño de un puño a base de picadillo de pollo con grasa. Admírenla:

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Este «Deli» lleva sirviendo lo mismo desde 1888, fecha de su fundación por parte de una familia de inmigrantes judíos de Rumanía. Es el favorito tanto de neoyorquinos como de turistas, quienes acuden mayormente para comer en el sitio donde Meg Ryan fingiera aquel famoso orgasmo en la película «Cuando Harry conoció a Sally».

Cosa curiosa 1: la fuentecilla selfservice de vasos y agua del grifo.

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Cosa curiosa 2: los lemas en letreros y camisetas de los camareros, animando al personal a mandarle un pastrami a los chicos del ejército. Están ahí desde los años 40, cuando el dueño de la época tenía a sus tres mozos luchando en la Segunda Guerra Mundial y mandaba pastrami de avituallamiento al frente. Aún hoy «Katz’s» les envía carnaza a los militares.

Cosa curiosa 3: todo el mundo habla español. En mi camino al baño, vi a un cocinero de reposo, haciendo una videollamada con su madre que estaba en Santo Domingo. Y me dio risa.

Cosa curiosa 4: si pierdes el ticket amarillo que te dan en la entrada y que te quitan al salir cuando apoquinas, te penalizan con cincuenta peniques. Ni idea de por qué.

Cosa curiosa 5: Bill Clinton, dicen, fue capaz de meterse entre pecho y espalda dos sándwiches de pastrami enteros. Sin palmarla.

Cosa curiosa 6: los muros están repletos de fotos de celebrities de todo pelo, sosteniendo con solemnidad un buen pastrami. Nosotros comimos junto a las fotos de Barbara Streisand y Danny De Vitto.

Cosa curiosa 7: dice el dueño que, como mínimo, una vez a la semana alguna clienta se arranca a recrear la escena del orgasmo fingido.

Cosa curiosa 8: la peña mordisquea los pepinillos encurtidos a parte. Yo los metí en el pan junto con la chicha y me sentí como si hubiera inventado la rueda.

Cosa curiosa 9: hay una zona de mesas sin servicio de camareros, por si uno quiere ahorrarse la propina del 15%.

Última cosa curiosa de esta entrada (10), aunque seguramente no la última en general: la puñalada trapera que te asestan cuando pides la cuenta. Pagamos 62 dólares (propina no incluida) por todo lo dicho y un par de cervezas (tengas la edad que tengas, por cierto, siempre te piden el carnet de identidad cuando consumes alcohol donde sea).

Caro. Pero todo es caro en NYC. Y la experiencia «Katz’s», creo, bien lo vale. Al menos, una vez en la vida. 

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