En este hemisferio y en esta latitud, las radios hoy andan erre que erre con la noticia, no por cíclica menos destacada, de la llegada de la primavera trompetera.
Pero al gris de Beauvais le resbala el calendario. Llevo toda la mañana oteando en vano a lo lejos: en nuestra ventana sigue instalado el invierno.
Seguía.
Porque, de pronto, he recibido estas postales inesperadas desde Guadalupe. Las firman mi amiga Izaskun y su hijita Amaya. Y son, se ponga el cielo picardo como se ponga, un nuevo triunfo absoluto del equinoccio.
Amaya, a sus siete primaveras, resulta que ha creado una nueva especie de hibisco rojiblanco, polinizando ella solica, sin decirle nada a nadie, dos flores diferentes. Al precioso resultado, que podéis admirar más arriba, lo ha bautizado «Amaya florenlaflor».
De tal flor, tal florecita. Su mamá es, en efecto, otra artista. Hace muuuuchas cosas hermosas y deliciosas y sanadoras con las manos. Pienso, por ejemplo, en un móvil de mil colores que colgaba en la cocina de su antigua casa; en la máquina de coser en la habitación donde me acogieron un tiempo, en sus acuarelas y, sobre todo, en aquellas bandejadas de muffins con frutos rojos y cookies de chocolate siempre dispuestas para los amigos en el porche a los pies de aquel volcán.
Para muestra de todas las maravillas que Izaskun sabe crear, estas galletas de begonia. La receta, me cuenta, no entraña misterio: se preparan unas «shortbread» normalitas y luego se van disponiendo los pétalos como el corazón dicte.
¿Verdad que esta merienda parece el sueño de una geisha golosa, despertándose en marzo de la siesta que se echara en diciembre?
¿Verdad que es maravilloso saber que en algunas islas crecen niñas de siete años que juegan a inventarnos flores nuevas?
Por suerte, un año más, no se puede detener la primavera.
Y una vez más Zampacaminos me llueves. Que dicen que es importante en primavera, que luego salen flores. Gracias amiga! Por hacerme creer que tus retratos son espejos. Por existir. Por inaugurar la primavera
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