La paella del domingo en tierras francesas significa que el lujo no está reñido con la estrechez, ni el exilio con el hogar.
Se encienden los cuatro fuegos de la diminuta cocina a la vez y de pronto cabe España entera en este remoto rincón de la Picardía.
Ningún domingo la preparo igual. A veces añado aceitunas verdes al terminar, que tal vez no sean muy ortodoxas pero me gustan; azafrán húngaro o jugo de lima, por darle el toque viajero. Los ingredientes dependen sobre todo del precio del marisco y de la semana del mes, claro; de quién haya hecho la compra, de cómo amanezca el día, del programa que sintonice en la radio…
Intento que sobre, porque los arroces reposados saben infinitamente mejor y me gusta ver las caras de los compañeros de instituto cuando abro mi tupper el lunes. Comentan: «La profe de español comiendo paella, claro».
Claro.
Aprovecho para explicarles que el chorizo duro picante en la paella, non, merci.
En la imagen, le faltan diez minutitos de reposo cubierta con un paño limpio, el tiempo justo para que termine de evaporar el caldillo y de pegarse lo pegao, que es lo mejorcito de los arroces. Diez minutitos que acaban ya, sin dejarme tiempo para explicar mucho más. Otro día, quizás, tocará el modus cocinandi grano por grano.
Ahora, à table !